
Nuestras armas no son, pues, la violencia y el odio; nuestras armas son nuestros besos, nuestros abrazos, nuestras caricias en público: volvernos visibles cada vez más, así crece nuestra revolución, y debemos echarla a andar, aunque nuestros besos les descompongan los moños a los cuadrados-perfectos-héteros que presencian nuestras muestras de afecto y amor.
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