miércoles, 5 de octubre de 2011

(Homosexualidad, ¿natural o no?) : fragmento de la novela Heterocity

Los dos argumentos homófobos (que paradójicamente circulan en sentido contrario uno respecto al otro) que se suelen tejer en torno a la anti naturaleza de la homosexualidad son: que el comportamiento homosexual no se da en animales, y que por tanto no puede ser algo natural. Este argumento, a pesar de la contundencia de los datos en contra, sorprendentemente sigue siendo una argumentación que suele esgrimirse en contra del origen natural de la homosexualidad. Lo cierto es que el comportamiento homosexual está documentado para unas quinientas especies de animales, y ha sido observado en unas mil quinientas especies. El ocho por ciento de los carneros, INCLUSO CUANDO PUEDEN ELEGIR, muestran preferencias sexuales por parejas masculinas. En el caso de las jirafas, se ha observado que tanto como nueve de cada diez emparejamientos ocurren entre machos, y no precisamente por falta de hembras. Los grupos y parejas de delfines mulares suelen realizar actos y cortejos sexuales entre ellos. Ningún conocedor ignora el hecho indiscutible de que tanto el elefante africano como el asiático establecen lazos afectivos y suele realizar cópulas homosexuales, y que a diferencia de las efímeras relaciones heterosexuales que se dan entre ellos, los machos forman grupos de compañeros que se componen de un macho mayor y uno o dos más jóvenes. En cautiverio, el cuarenta y cinco por ciento de las relaciones sexuales de los elefantes asiáticos los realizan con otros elefantes de su mismo sexo. El bonobo, que es una especie de chimpancé, es completamente bisexual, y ostenta la mayor proporción de homosexualidad conocida para cualquier especie debido a la creación de lazos afectivos homosexuales. Es común observar el cortejo, la monta y la penetración completa entre machos del bisonte americano. Los leones machos se dan sus escapadas homosexuales de varios días, y la incidencia de apareamientos entre ellos es del ocho por ciento. Se ha observado también que entre el veinte y el ochenta por ciento de las libélulas machos copulan entre ellos, y que un cuarto de las parejas de cisnes negros son homosexuales. Según el New York Times lo informó, en febrero del 2004 un par de pingüinos barbijos machos del zoológico de Central Park formó pareja y consiguieron criar juntos un polluelo hembra a partir de un huevo, y no es raro, porque muchos pingüinos machos suelen unirse en pareja de por vida, y RECHAZAN COPULAR CON HEMBRAS cuando se les da la oportunidad. Por supuesto, el homosexualismo no es el único método alternativo dentro de la naturaleza animal. Los peces pargos, por ejemplo, hacen sus orgías libres en el Caribe, y de esa forma se reproducen. En el caso de los meros índigos, otros peces, tanto el macho como la hembra aportan semen y huevos.
Como este argumento no se sostiene por la abrumadora contundencia de los datos, se suele recurrir, entonces, a un argumento de sentido contrario: ‘por lo mismo que el ser humano se distingue de los animales por su capacidad de decisión, la homosexualidad, aunque sea una tendencia instintiva, puede evitarse por propia decisión por estar reñida con consideraciones morales que atañen exclusivamente al ser humano’. Argumento bastante tirado de los cabellos por al menos dos razones: si la homosexualidad es instintiva en animales, y el ser humano no puede negar su relación con el reino animal, entonces la homosexualidad es instintiva, y no aprendida, también en el humano. Y, por el otro lado, si elegir
es propio de humanos, es, entonces, NATURAL a los humanos, sea cual sea el resultado de esta elección (esto ampararía incluso la ELECCIÓN de la homosexualidad como algo natural para el humano).
Al margen de esto queda, por supuesto, la estimación “moral” de estas elecciones, lo cual, a partir de esto, resulta obvio que no tiene nada que ver con lo natural, sino con valoraciones basadas en preconceptos de lo que es moral, o más bien, de lo que es supuestamente ‘conveniente’, para el humano. La conveniencia, lo sabemos, siempre está en relación a algo, y lo ‘moral’, aplicado a un todo, es lícitamente objetable, precisamente por ser solo una manifestación más de esa interpretación a conveniencia de la realidad. Se arguye diciendo: ‘también el canibalismo se da en animales; pero eso no lo hace bueno para el humano’. Nosotros podemos decir: ‘atender a sus crías se da en animales; pero eso no lo hace malo para el ser humano’. ¿Qué va a determinar a fin de cuentas lo que es ‘bueno’ o ‘malo’ para el ser humano entre lo que es naturalmente instintivo, tanto en animales como en humanos?: ¿una valoración de conveniencia en relación a un preconcepto (en el sentido de dar por sentado el conocimiento previo, no comprobado, sobre alguna materia, vicio que contribuye al mantenimiento de lo que se considera “verdad” sin haber antes tomado en cuenta la necesidad de comprobación que debe exigirse a cualquier hipótesis o juicio) de lo que es bueno o malo?, lo cual, ya vimos, nos lleva al indeciso y minado campo de la moral y de la religión, algo que es LÍCITAMENTE OBJETABLE. Por tanto el argumento queda desmontado. Pero, al menos, este segundo argumento admite, a regañadientes y con pataletas y rabietas de todo tipo de parte de quienes desean seguirlo esgrimiendo, el acto homosexual como ‘tendencia instintiva’, y por tanto natural.

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