La nueva estrategia de corte paranoide del vaticano: tirarle lodo a “algo más” para no verse ella tan enlodada. ¿Con qué propósito? Con el propósito de hacer parecer que el problema de la pedofilia no es algo endémico (o sea, propio y habitual) ni sistémico (es decir, que está enquistado en la misma armazón de la institución religiosa) de ella, sino algo externo. Por eso se comienza a llamar “infiltrados” a los curas pedófilos, cuando en realidad son tan católicos y tan curas como cualquier otro. O se comienza a “explicar” que el problema no es el resultado del celibato (que sería algo sistémico) sino de la homosexualidad (que es algo que está “afuera”, y que ha logrado “penetrar” en los aposentos sacros de la institución religiosa). Por supuesto, esto es insostenible. La homosexualidad no es sinónimo de pedofilia. La pedofilia es una parafilia (desviación o perversión sexual) que no tiene ninguna relación con la orientación sexual (es decir, es independiente de la orientación sexual del parafílico: se puede dar tanto en heterosexuales como en homosexuales), la homosexualidad no es una parafilia. Pero tampoco hay que creer que los casos de curas que abusan y violan niños son todos casos de pedofilia primaria (en realidad, la pedofilia primaria, que se caracteriza por mostrar una inclinación sexual casi exclusiva por los niños, es una parafilia bastante más rara, pocas veces sucede y no se da como un epidemia, sino aisladamente). Estos casos son generalmente casos de pedofilia secundaria o situacionales, caracterizados porque su conducta viene inducida por una situación de soledad o estrés, y la llevan a cabo los que se conocen como “evitadores-temerosos”, que se caracterizan por su gran deseo de contacto con adultos, pero a los que el miedo al rechazo los paraliza, centrándose entonces en los menores. Lo que nos lleva a concluir que, al parecer, el problema sí es sistémico después de todo, generado precisamente por la impuesta obediencia al voto de castidad y aislamiento: productor de soledad y estrés. Y se daría más o menos de la siguiente manera:
Digamos que Juan se mete a cura y hace su voto de castidad, se vuelve célibe. Pero a Juan no se le da muy bien lo de mantenerse casto y aislado de la vida “mundana”, y a medida que pasa el tiempo en Juan son cada vez más grandes los impulsos y deseos por tener sexo, a pesar de su fe. Se masturba con cierta frecuencia para paliarse un poco las ganas, aunque al hacerlo trata de no llenar su mente con malos pensamientos. Pero pasa el tiempo y las ganas solo se acrecientan, a la vez que acentúan su soledad y ansiedad. Juan no es homosexual, pero como ha hecho votos de castidad, no se atreve a procurarse una pareja mujer con quien dar rienda suelta a sus deseos carnales por temor a que ésta lo ponga en evidencia. Por cierto, muchos otros sacerdotes sí se atreven, y se procuran parejas adultas, hombres y mujeres —lo cual no es un delito, aunque sea una falta al voto sacerdotal—; pero él no puede, le da pavor que lo pillen violando su voto de castidad, ¿y qué hace?, lo más fácil: cuando ya no puede más con su aislamiento y ansiedad, y la ocasión se le presenta, busca a alguien que sabe que será más difícil que lo ponga en evidencia: un niño o una niña, de preferencia tímido, que pueda ser manipulable. Generalmente un niño porque Juan, siendo sacerdote, tiene más contacto con niños que con niñas. Con ellos, una amenaza o un pacto de silencio bastarán para que no diga nada. Y, así, comete su crimen. Por supuesto, una vez satisfecho su deseo carnal, se siente mal, se arrepiente, jura que no lo hará más, reza, reza y reza, mientras reparte consejos a los miembros de familias disfuncionales que en él confían. De nuevo la auto-estima para arriba. Dios debe quererlo todavía, para darle ese poder sobre los otros. Pero de nuevo pasa el tiempo y de nuevo vienen los deseos…, una vez más intenta oponerles resistencia, lo logra por un tiempo, pero una vez más los deseos, la soledad y la ansiedad superan a sus fuerzas y les termina dando rienda suelta con otro niño más.
Y así sigue el ciclo, que se repite una y otra vez. Lo importante es que nadie se entere. Y el obispo (que lo sabe, que quiere a Juan y que confía en Juan porque Juan está bajo el amparo de la iglesia de Dios que él también habita) lo que hace nada más es cambiarlo de diócesis. Mejor para Juan, porque nadie lo conoce allí, y así podrá empezar de cero nuevamente. ¿Cuántas veces ha empezado así?
No, señores, la causa ES el voto de castidad para el cual los juanes que conforman el clero católico no tienen vocación. Ya se sabe: si se detiene un río caudaloso con una represa y no se le da escape al agua, ésta termina por desbordar y romper la represa arrasando todo lo que encuentra a su paso. Pero como la castidad es un punto de honor para la iglesia católica (un asunto de intereses económicos, más bien), entonces a toda costa ésta debe buscar y justificarse con otras causas. Entonces, se prende el foco, la solución perfecta: busquemos afuera de nosotros las causas. Fieramente arremete contra los pecadores homosexuales que han osado infiltrarse en sus filas, y contra los medios, y de victimario se convierte así en víctima de satán y el pecado. Recurso muy propio y socorrido de la iglesia católica toda vez que se ha puesto en evidencia. Entonces, las fuerzas del mal son las que la atacan: en este caso, es el New York Times, el Washington Post, CNN, la BBC, El Universal, El Clarín, El País…, los “manipulados” medios, pues, los medios de satán, que la persiguen porque la quieren destruir. Ah, y los homosexuales y su agenda, una agenda de los comunistas y de satán. Y en toda esta humareda que esparcen, quienes se pierden de pronto de esta santa ecuación son precisamente los niños víctimas del acoso de miembros de su sacerdocio, que, si fuera cierto que son homosexuales, solo probaría la ineficiencia de la fe católica para “restaurar” “invertidos”. De pronto, pues, la iglesia católica se las arregla para, de ser la acusadora oficial de homosexuales y sus derechos en el mundo, ser además su víctima: pasa de condenar afuera lo que, según ellos, la corrompe por dentro. Mata así dos pájaros de un tiro: se justifica de sus actos más vergonzosos (la violación de menores) atacando a sus confesos enemigos públicos número uno del momento: los gays. El lodo, pues, queda lavado de su rostro y untado en el de su peor enemigo. Es más: los creyentes se lo creen (si por algo son crédulos los creyentes de la fe a ciegas). Pero, ¡ah! En su prisa por lavar su imagen, su cara, la iglesia olvidó una cosa, algo que, en realidad, nunca ha tenido demasiada importancia para ella, algo accesorio, secundario, que no le quita ni le pone nada a su recuperada imagen de santurrona milenaria: se ha olvidado de que arriba Dios lo ha visto todo.
Sergei
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